EL JINETE
Mientras estaban en un velorio, una misterioso jinete los visitó
La noche era fría y algunos vecinos estaban congregados para velar a “Juan” quien fue encontrado sin vida en el campo -decía la abuela con media decena de nietos en su derredor para escuchar de nueva cuenta ese relato que acompañaba algunas noches antes de ir a la cama-.
Acurrucados junto al fogón, mientras chispeaba la lumbre y alargaba las sombras en la pequeña cocina de leña, sólo los ojos de los pequeños brillaban con miedo y curiosidad al mismo tiempo.
Ya al filo de
las doce de la noche, explicaba, las velas de cebo amenazaban con
apagarse pues el viento que se colaba por las rendijas de la casa hacían
que se balanceara la llamas del pabilo mientras los deudos rezaban una y
otra vez para pedir por su eterno descanso; pero de manera repentina
-contaba el silencio de la calle fue roto por el aullido de los perros
que desesperados querían escapar de los lazos que los ataban.
Luego resonaron los cascos de un caballo que por la calle empedrada se acercaba a todo galope.
Cuando llegó a la puerta de la casa -detallaba la abuela con lentas
palabras- el jinete rayó su caballo y se detuvo, bajó el jinete que
venía vestido de charro y con enorme sombrero que le cubría la cara
mientras un viento helado apagó la velas.
A todos lo que estaba
ahí se les enchinó la piel y todo quedó a oscuras. Ya no vimos nada,
musitaba la narradora con voz muy tenue.
Luego, se oyó relinchar de
caballo que se alejó a todo galope. Cuando prendieron las velas, narró,
ya no estaba el cuerpo: ¡Había desaparecido!
Dicen que se lo llevó
el diablo, susurraba con temor, porque dicen que tenía pacto con el
demonio y ni muerto lo dejó en paz, pero quienes acudieron a ese velorio
nunca pudieron olvidar lo que pasó esa noche; por eso -finalizaba-
nunca deben invocar a satanás pues perderán su alma y también su cuerpo